Volvimos a actuar al Harlem
de Barcelona después de casi diez años de ausencia. La sensación de retornar a
una ciudad a un espacio familiar siempre es particular. Es como volver a casa,
a un sitio donde se han vivido grandes emociones (actuar, entregar tu energía a
un público siempre es una gran emoción). Se conoce a los técnicos (si aún están
los mismos). Se conoce el escenario y sus particularidades, que el sonido
requiere de determinados micrófonos, que no hace falta monitores, etc..
Pero lo más notable es
reencontrarse con el público... y no hablo del público como una masa abstracta
y anónima, sino de encontrarse con personas, seres humanos que te vieron hace diez,
o hasta veinte años atrás, que por fin,
se sienten con la confianza de aproximarse, como quien se encuentra con un
viejo amigo, a hablarte y contarte lo que sintieron o lo que significo la
actuación para ellos.
Es una retroalimentación
bastante tardía, pero tremendamente enriquecedora para un actor o un músico.
En muchas ocasiones, sobre todo
cuando no se trabaja con más compañeros, el escenario es un monumento a la
soledad. Llega la hora de la presentación y uno se encuentra con centenares de
espectadores, a los que se entrega toda la energía y el cariño. Termina el
espectáculo, el auditorio agradece emocionado con sus aplausos y se marcha. Uno
se cambia en el camarín, arregla sus bártulos, vuelve al escenario y enfrenta la platea para marcharse... pero
esta vez las butacas están vacías y el silencio es ensordecedor. La energía
bonita creada hace pocos minutos atrás, se ha ido con cada persona a la calle y
a sus casas.
Habrá que esperar unos años
para volver y que alguno se acerque y te diga: "Yo te vi hace tiempo y me emocionó".
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