Un zaguán para el Cuento
En 1994 un grupo de jóvenes, que amábamos los cuentos,
quisimos crear un espacio para juntarnos a contar y crear historias. Historias
leídas, narradas, teatralizadas, titiriteadas, cantadas, pero sobre todo,
historias especiales. Relatos que tocaran el alma, que sorprendieran, que
enseñaran, que emocionaran.
El espacio era un humilde zaguán de una vieja
casona en el barrio Brasil de Santiago de Chile. Los altos techos de la casa
fueron los primeros en sorprenderse con los cuentos, personajes, melodías y
muñecos que se escapaban de los libros.
El quicio de una ventana interior fue escenario
de un primer encuentro entre un delirante Don Alonso Quijano y su Dulcinea del
Toboso. El diminuto Quijote de goma espuma y tela se rizaba los bigotes ante la
aparición majestuosa de su musa. Jamás, improvisado teatrino presenció tan
desbocado amor.
A través de la Mampara sorprendimos a Mr.Taylor
intentando vender la oveja negra de Augusto Monterroso, mientras por entre los
sombreros del perchero, montado en el colorido caballo de Aquiles Nazoa
escondía sus picardías Juan Urdemales.
En pocas semanas, nuestro espacio se pobló de
personajes e historias que interactuaban, se entremezclaban y crecían, llenándolo
todo de colores y deseo. El deseo de poder ser contados, de llegar al público,
de tocar almas y cambiar vidas. De poder invertir esa estadística que afirma
que los cuentos ya no son leídos. Que los personajes se aburren encerrados
entre letras y papel.
En aquel humilde zaguán prestado, centenares de
personajes y cuentos se declararon en rebeldía: "¡¡Si no vienen a leernos,
saldremos nosotros a enriquecer sus mentes y a tocar sus corazones!! ¡¡A
Cambiar el mundo!!"
El paso siguiente fue una vorágine de bolsos y
maletas. Encontrar los envoltorios que protegieran los títeres, historias e
instrumentos en un peregrinar por colegios, bibliotecas, teatros, cárceles,
plazas y hasta barcos. Cualquier espacio donde pudiéramos encontrar gente
dispuesta a escuchar y a emocionarse con un cuento.
Veinte años han pasado desde ese primer día en
que nos encontramos con aquel zaguán grande y vacío que pronto nos quedó
pequeño a fuerza de historias y sueños. Veinte años en que nos hemos dedicado a
recorrer, cuento en ristre: pueblos, ciudades, países y desasosiegos. Veinte años se han precipitado y los jóvenes
que éramos entonces, lo seguimos siendo gracias a nutrirnos de tanto cuento.
Los cuentos leídos y los cuentos vividos.
Porque los cuentos generan nuevos cuentos,
historias que surgen de la gente cuando escucha un cuento, y creo que esa es la
mejor forma de narrar este cuento... con cuentos:
Público
Cautivo
En el marco de un Encuentro de Cuenta Cuentos
para adultos en el noreste de Colombia, invitaron a un narrador a actuar en la
cárcel.
Aquella calurosa tarde los internos del penal
vieron su siesta sorprendida por una racimo de historias que abrían ventanas y
rejas. Cuentos profundos cargados de humor y sorpresa.
Una vez terminados los sesenta minutos de
cuentos, en que los reclusos habían escapado a su más tiernos recuerdos, uno de
los espectadores se acerco al cuenta cuentos:
- ¡Qué cosa tan maravillosa es lo que usted ha
hecho! ¿Cuándo vuelven por acá a contarnos?
El narrador de historias, que solo estaría por
pocos días en la ciudad, cumpliendo con los compromisos del Encuentro, un poco
turbado ante la imposibilidad de satisfacer la emoción de aquel hombre, le
contesta:
- No sé muy bien... Tal vez vengamos el próximo
año, durante un nuevo Encuentro.
La frustración del recluso era evidente:
- ¡Mierda! Salgo en ocho meses. ¡El próximo
año, ya no estaré acá!
Hernández
inmortal
En 2010 se cumplía el centenario del natalicio
del poeta Miguel Hernández. La Red de Bibliotecas de Barcelona (España), nos
contrató para presentar un espectáculo de cuenta cuentos para público familiar
en cuarenta y cinco bibliotecas. Debíamos contar la vida de Miguel y su poesía.
Narrar la vida, y sobre todo la muerte, del
poeta para público infantil, resultaba bastante complejo, pues Hernández tuvo
una historia que se alejaba absolutamente a los acostumbrados finales felices. Miguel
murió a los 31 años. Tras perder la guerra, fue separado de su mujer y su hijo
recién nacido. Fue encarcelado y afectado por una tuberculosis terminal que sus
captores se negaron a tratar, a no ser que renunciara y renegara de sus escritos e ideales.
¿Cómo contarles a los niños y niñas esta
historia, sin trastocar la verdad, y sin dejarles un mensaje negativo?
La solución fue contarles de que Miguel
Hernández no había muerto... y que no moriría jamás. Bueno, su cuerpo quedo
enterrado en su pueblo, pero él siguió viviendo a través de los poemas que
enviaba a su niño y a su esposa. Por entre los barrotes lanzaba sus escritos
que como gorriones volaban a poblar sus libros, canciones y corazones... y que
mientras lo leyéramos él siempre estaría con nosotros.
A los pocos días de una de aquellas
presentaciones en la bella ciudad de Barcelona, me vi sorprendido por el
siguiente mensaje:
Hola, Disculpad el atrevimiento de escribir, pero el
espectáculo de ayer nos encantó y queríamos daros las gracias y compartir con vosotros
el "postcuento", porque siempre os lo perdéis. Hay cuentacuentos que nos entretienen, otros
que nos emocionan y el de ayer fue de los que mueven y conmueven. A mi hijo
pequeño le encantó y mi hijo mayor llegó a la conclusión que las guerras son un
rollo y que siempre pierden los buenos.
Cuando llegamos a casa le dijo a su padre que
el cuento había acabado mal porque Miguel se moría. Está en la edad de hablar sobre la muerte y
nos ayudó saber que nadie muere si está en el recuerdo del otro y canta sus
canciones, las de cada uno. Para dormir leímos las canciones de García Lorca
(se acordó que era amigo de Miguel) y entonces sí se convenció que las guerras
son un rollazo!! No le gustó nada que lo mataran. Debo felicitaros por todo el espectáculo, no
había nada gratuito, todo estaba pensado, y acercasteis el poeta a los niños de
una manera tierna y amable. A mí me conmovió.
Lluvia
de Palabras
Un connotado narrador argentino se presentaba
en la región altiplánica de su país. Se trataba de un pequeño pueblo, cuyos
habitante habían acudido en masa a ver la presentación de cuentos en un pequeño
gimnasio, único espacio que poseía la pequeña localidad para este tipo de eventos.
La presentación fue muy exitosa y duró el
tiempo acostumbrado, es decir entre sesenta y setenta minutos. Concluida la
última historia, el cuenta cuentos procede a despedirse. Pero con satisfacción
descubre que el público inquieto le pide que cuente más. "¡Otra!", se
escucha desde distintos puntos del auditorio.
El narrador muy orgulloso por la aceptación
alarga la presentación y narra otros veinte minutos y concluye con una segunda
despedida que nuevamente se ve interrumpida por "¡Otra!", "Un
cuento más".
Conmovido, el narrador se dirige a su insaciable
público y le cuenta la gran emoción que le provoca ver tanto afecto por las
historias, y les comenta: "A ustedes, les gustan muchísimo los
cuentos".
Y uno de entre el público le contesta:
.- Sí, nos gustan. Pero no es por eso. Es que
afuera está lloviendo. ¿Podría contar otro cuento hasta que se pase la lluvia?
Es que no querremos mojarnos camino a casa.
¿Hay en
el cielo de Colombia un coleccionista de nubes?
Pablo Neruda había escrito esto en su
"Libro de las Preguntas", y a mí me resonaba una y otra vez en la
cabeza, mientras comprobaba como jugueteaban multiformes nubes con la
vegetación en el páramo colombiano a casi 3000 metros de altura.
Era una hermosa coincidencia, ya que nos habían
invitado a actuar en una fiesta de un pequeño pueblo cercano a Bogotá,
precisamente con un espectáculo sobre nuestro querido Pablo.
La fiesta comenzaba a las 15h00, pero nosotros,
por ser el número internacional, estábamos programados para actuar a las 20h00.
La organización había decidido llevarnos temprano al pueblo, para que
pudiéramos conocer el lugar y disfrutar de la fiesta de su inicio.
Muy pronto empezamos a percatarnos de la gran
cantidad de licor que circulaba entre los asistentes a la celebración. Lo que nos empezó a generar preocupación. Por
experiencia sabíamos que un público alcoholizado, no se caracteriza por ser el
mejor auditorio para el cuento y la poesía y angustiados comprobabamos que a medida de que se acercaba la hora de la
actuación, más borrachines circulaban por el sitio.
Intentamos hablar con los organizadores, pero
para nuestro estupor, los encontramos más borrachos que muchos.
A la hora pactada se hizo el anuncio y subimos
a escena. Frente a nosotros había un centenar de hombres y mujeres
"enrumbados" (como dicen los colombianos), ebrios y con ganas de
bailar.
Haciendo de tripas corazón, arrancamos con el
espectáculo. Una puesta en escena que
consistía en relatos, poemas narrados y algunos cantados (pero ninguno
bailable).
Nos sentíamos completamente desguarnecidos y
fuera de sitio. Lanzábamos y cantábamos la palabras de nuestro monumental vate: "Para que tú me oigas, mis palabra se
adelgazan como las huellas de las gaviotas en la playa"... las
palabras se sumergían y se perdían entre los gritos y los brindis. Nos
mirábamos resignados, tomábamos aire y arremetíamos nuevamente: "desnuda eres tan simple como una de
mis manos".
Pero, de pronto, algo cambio. En medio de un: "Amo el amor de los marineros que besan
y se van. Amor que puede ser eterno y puede ser fugaz.", unos cuantos
levantaron la mirada. Y el gesto fue contagioso. Después de diez minutos la
gran mayoría de los espectadores, nos miraba con profundo respeto.
La presentación
no fue larga. Habrá durado unos treinta y cinco minutos. Pero fue tiempo
suficiente para llevarnos desde la angustia, pasando por el desconcierto, luego
a la desolación, y por fin a la euforia. La euforia que nos provocó comprobar la fuerte
que es la palabra... la palabra magistralmente bien usada, como la usaba
Neruda.
Bueno, luego también quedo tiempo para la
tierna sorpresa, cuando finalizada la presentación se nos acercó un campesino
colombiano a comentarnos:
- Oiga! Qué bueno este señor Neruda. Lástima
que solo tenga veinte poemas.
A lo que debimos haber respondido:
- ...y una canción desesperada.
Manos
Arriba
Descendían desde un avión a la loza del
aeropuerto de San Vicente del Caguán un grupo de contadores de historias y
titiriteros muy queridos. Llevaban en sus maletas, a una problemática región de
Colombia, historias de piratas. Aquel pueblo marcado por un eterno conflicto
entre guerrilleros y paramilitares iba a poder disfrutar de hermosas historias
de corsarios y marinos.
Grande fue la indignación de estos amigos
artistas, al ver a un grupo de militares, encargados de la seguridad, zamarreando
bolsos y clavando bayonetas en las maletas donde venían los títeres.
Uno de los titiriteros, irreverente y juguetón,
sin medir riesgos, corrió a defender a sus consentidos de cartón y tela,
exclamando: "¡No les hagan nada! ¡No los torturen! ¡Que los únicos que los
podemos hacer hablar somos nosotros!"
El militar a cargo, le lanzó dos cosas: una mirada asesina y la orden de que abriera
la maleta.
Bajo el ojo atento y los cañones de los
uniformados, el titiritero, raudo, descubrió la tapa de la maleta y a la vista
saltó la sorpresa. El títere principal del espectáculo, apareció con la mirada
aterrorizada y sus dos pequeñas manos alzadas.
Hasta los militares no pudieron contener la
risa.
Aquella gira por San Vicente ya no tuvo ningún
otro tropiezo. La ciudad altamente militarizada se transformó volviéndose
amable y atenta para ese grupo de cuenta cuentos y titiriteros... y todos
sabían a quien debían agradecérselo.
Cambiando
el mundo
Estábamos en el camarín de un pequeño teatro de
escuela, guardando nuestras cosas y cambiándonos para marcharnos. Los cuentos de
esa mañana habían concluido. Habíamos tenido una hermosa presentación para
doscientos alumnos de un colegio que nos era familiar. Era la segunda vez que
les contábamos historias. Habíamos estado justo un año antes.
Ya listos para marcharnos, se nos acercó una
pequeña de ocho años. Tímida, me extendió su mano y mientras bajaba la mirada
me explicó que me quería felicitar y agradecer.
- Gracias por sus cuentos. El año pasado,
cuando los vi por primera vez, mi vida cambió por siempre.
Y sin más, se marchó. Dejándonos boquiabiertos
y anonadados.
El profesor de la pequeña evidenciando nuestro
estupor, vino aclararnos el desconcierto absoluto. Nos contó que la niña
después de habernos visto la primera ocasión, había empezado a escribir sus
propias historias y que con ellas, había ganado un concurso de relatos. Nos
explicó que para ella había sido muy importante, pues coincidió con la época en
que sus padres se estaban divorciando. Entonces, que había hecho catarsis a
través de los cuentos.
El silencio marcó el regreso a casa. No nos
dijimos nada, pero creo que todos pensábamos lo mismo. Todos recordábamos
aquella primera reunión en un viejo zaguán del barrio Brasil en que nos
prometimos que desde los cuentos, desde la literatura, desde el arte, íbamos a
cambiar el mundo.
Veinte años han pasado y aún falta todo por
hacer. Pero tenemos la certeza, de que por ahí, por distintas ciudades, pueblos
y barrios, hay muchas niñas y niños, adultas y adultos, que algún día soñaron
con nuestros cuentos... y que ahora andan contando y creando historias.
Historias leídas, narradas, teatralizadas, titiriteadas, cantadas, pero sobre
todo, historias especiales. Relatos que tocan el alma, que sorprenden, que
enseñan, que emocionan.
Historias que cambian el mundo.
(Texto de Alfredo Becker con las hermosas ilustraciones de Gema Hernández Correa)